Por Emmanuel Velázquez Corrían las horas de aquel triste viernes en Jerusalén cuando Jesús el joven galileo que había pregonado la salvación y la venida del reino de Dios se encontraba ahora crucificado en el monte Calvario juntamente con dos malhechores. Acusado injustamente de blasfemia y de ser un alborotador del pueblo, ahora sufría la condena, sin embargo, todo formaba parte de un plan divino. Es ahí donde pronuncia las siete últimas frases antes de morir, las cuales se encuentran escritas en los Evangelios y hoy recordaremos cada una de ellas. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” Mediante esta expresión, el Cristo sufriente firmaba con su sangre su palabra antes predicada a sus discípulos: “amar a vuestros enemigos, orad por quienes los persiguen”, con vivo ejemplo Jesús nos enseña a perdonar, Cristo perdonó a sus verdugos quienes ignoraban que sacrificaban al Hijo del Dios viviente, sin embargo, ese perdón lo extendió también a nosotros, pues también fuimos partícipes de aquel sacrificio, ya que por nuestras culpas y pecados Cristo ofreció su vida. “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” Juntamente con Cristo fueron crucificados dos ladrones, uno consciente de su error y otro soberbio e injurioso. El ladrón arrepentido se dirige al Maestro en busca del perdón, reconociendo su misión redentora, le suplica: “acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”, esto nos muestra que nunca es tarde para buscar a Dios, aún en el borde de la muerte pese a nuestros errores cometidos, podemos alcanzar la gracia y la misericordia y asegurar nuestra alma por la eternidad. “Mujer he ahí tu hijo, he ahí tu madre” María la madre de Jesús ahora se encontraba desprotegida, su esposo José había muerto y Jesús solicitó a su discípulo amado que cuidara de su madre. Cristo como hijo responsable y amoroso confía esta tarea a su discípulo Juan, pues éste estuvo fielmente junto a la cruz, y desde aquella hora el discípulo recibe en su casa a María proveyendo para ella como una madre. Actualmente existen muchas madres desprotegidas a quienes nosotros podemos proveer mediante la ayuda de Cristo. ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado? Aquí Jesús citaba la estrofa de un salmo, expresando su terrible angustia de sufrir la separación espiritual entre él y su Padre, ya que en la cruz cargaba con el peso del pecado de toda la humanidad. Sin embargo, la separación fue temporal, pero, aun así, esto fue agonizante para Jesús. ¿Cuántos de nosotros nos hemos sentido abandonados por el Señor y exclamamos esta misma frase? Dios está junto a nosotros, pero a veces guarda silencio y es en ese silencio cuando él trabaja a nuestro favor. “Tengo sed” Cristo como verdadero Dios y como verdadero Hombre, experimentó las necesidades básicas de la humanidad, se encontraba exhausto y agonizante y suplicaba agua. Espiritualmente también experimentaba la sed de comprensión y amor; mediante su sed ahora nosotros somos saciados del agua que salta para la vida eterna. “Consumado es” Jesús culminaba su obra de salvación. El sistema de sacrificio de corderos para el perdón de pecados había terminado, ahora se presentaba el Cordero de Dios que quita el pecado. Cristo es aquel Cordero perfecto quien con su muerte logra perdonar los pecados y dar salvación eterna. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” Jesús entrega su espíritu al Padre Celestial, confiando en su soberanía, con plena confianza en la resurrección postrera. A nosotros no nos queda otra alternativa más que encomendar nuestro espíritu al Todopoderoso, confiando de que él un día nos volverá a la vida, una vida que será eterna. El amor de Cristo expresado en la cruz del Calvario, nos invita a agradecer su bondad inmerecida, hoy, hagamos un alto y valoremos aquel sublime sacrificio.